brindándole sosiego, tanto los amaba:
nutría y abrigaba con frutos y fieras,
hasta cayendo un tronco les daba defensa;
en los días aciagos prestaba cobijo;
en los días más tristes, remedio y alivio…”
En Lituania el bosque es un poema. Así lo reflejan muchos literatos como Antanas Baranauskas. Una eminencia en el país que legitimó y promulgó, después de mucho tiempo, el lituano y la cultura del país.
Lituania es verde por su bosque, amarilla por sus campos de trigo y roja por la sangre de los que lucharon por su patria. Así lo refleja su bandera.
El país más al sur de toda la zona báltica fue nuestra primera parada. En Kaunas descubrimos su historia medieval y las uniones con el pueblo y la cultura polaca. Ambas naciones tuvieron una mancomunidad donde miraron hacia el sur teniendo territorios en la actual Ucrania y Bielorrusia.
Vilna, la capital, fue la segunda parada. Allí es inherente como el cristianismo católico fue y es el protagonista los domingos. Es complicado elegir iglesia donde entrar a misa.
También sus vecinos nos contaron que en los botiquines de casa tienen a mano pastillas de yodo, por lo que pueda pasar con la única central nuclear que tiene Bielorrusia. Está a apenas 50 kilómetros de Vilna y no se fían demasiado de ellos.
Después de un par de días un tren madrugador nos esperaba dirección a Letonia. Comenzábamos el camino hacia el norte sin dejar en ningún instante de ver árboles y más árboles.
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