La última foto con melena

by - agosto 05, 2024

Assiah, un fotógrafo malagueño con raíces en La Palma, lleva meses fotografiando habitaciones ajenas. Muestra en una sola foto el alma de quien en ella vive y sueña. El otro día vino a la de Alicia y a la mía.

Assiah colocó su trípode y con un gran angular procuró sacar lo máximo posible de nuestros espacios más personales. El mío en el barrio de Embajadores, y el de Alicia, en Chamartín.


Tanto ella como yo llevábamos semanas pensando en esa cita. No hacía demasiado que habíamos encontrado un piso en una zona buena para ambos, en el que el precio dentro de la estafa tremebunda que hay montada en la capital, pues no estaba mal, y donde creíamos que era un buen lugar para dar el salto. Pasaban los días y Assiah ya por fin nos dio una cita. El jueves vino a nuestra casa a hacernos una foto para su colección.

En un visto y no visto punzó con su dedo índice sobre el botón de su cámara, desgastado de capturar instantes.

    — Mira al centro... Ya está Raúl, sales genial. —

Y con Alicia tres cuartos de lo mismo.

Le llevamos a su casa y en la mochila que guardaba su cámara de fotos iba la última fotografía de nuestra vida de solteros, de nuestra vida madrileña que con los años aborreces, de los sueños periodísticos individuales.

Desde entonces sabíamos que las fotos en nuestra casa serían siempre juntos porque la vida ya ha pedido paso entre el tiempo que huye a la carrera como si tuviera prisa por irse de nuestro lado.

La importancia de los espacios en los que vivimos es total en nosotros. Donde nacimos, donde nos criamos, donde disfrutamos, donde nos perdimos, a donde volvimos... y aquellos espacios donde has vivido parte fundamental de tu vida son difíciles de dejar.

Ahora entre cajas uno no deja de pensar en el futuro claroscuro que se divisa más allá de los rascacielos que nos dan cobijo en nuestra nueva casa. Hay cosas de Alicia... hay cosas mías... Ahora el espacio es común. La infancia, la adolescencia, la primera juventud gloriosa se pierden en el trastero de nuestra memoria. 

Lloramos mucho cuando vimos poco después de aquel día de las fotos, nuestras habitaciones desangeladas sin ningún tipo de emblema de personalidad a la vista. Estaban desnutridas de vida, a pelo, nos habíamos ido ya. Una imagen diferente a la de una nueva casa que día tras día va cogiendo el aroma de los dos.

Qué bonito es pensar en lo que vendrá. Nunca jamás inicié una etapa con más ganas que esta. Porque los jóvenes de hoy en día, esos maltratados con crisis dolientes, paros, precios inflados y un futuro que no dejan de hipotecarnos, también podemos crecer y progresar sin renunciar a los sueños.

Nuestras cosas se van ordenando poco a poco y cada día hay menos cajas en el salón. No entiendo cómo podían entrar tantas cosas en dos habitaciones. Si muchos de estos trastos los pillaran nuestras madres... seguramente llevarían tiempo en la basura. Pero ni del billete de tren que cogí hace años para volver a casa me quiero separar. Todo se viene conmigo, hasta el estuche deshilado que usaba en la ESO.

No sé si un día creí que este día llegaría, pero ha llegado y es de los mejores días de mi vida. Pese a que se sabe que varias de mis mejores etapas están a punto de secarse, hay otras con el tintero lleno que están a punto de escribirse.

    — Assiah: una foto solo, ¿verdad? —

    — Sí, Raúl. Ponte en el centro y te la tiro. —

    — Sácalo todo por favor, aquí luce el boceto de mi vida. —

    — Podemos repetir las veces que quieras. —

    — No, mejor sin trampas, no quiero volver a llorar. —

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