La inesperada virtud de la ignorancia, en diciembre
Vuelvo al negro sobre blanco digital meses después de mi última entrada por aquí. Esto puede ser sinónimo de que en algo bueno he estado ocupado o de que el tiempo, un bien escaso, me ha jugado una mala pasada. En cualquier caso, no quiero que usted crea que ha sido por falta de ganas de escribir, ni mucho menos.
Hace algunos meses vi la película Birdman (2014) y desde entonces hay una frase que me recorre la cabeza cada vez que intento encontrar sentido a lo que el ser humano es capaz de hacer en determinados momentos. La frase decía así: la inesperada virtud de la ignorancia. Así, directa y de sopetón. De primeras puede parecer una antítesis en toda regla, poseer una virtud llamada ignorancia, pero lo cierto es que cada día estoy más convencido de que es posible.
Si ya había quien decía retóricamente, tampoco los tiempos daban para mucho más, que la vida es una obra de teatro y que encima no se permiten ensayos, el cuadro que ahora mismo tenemos encima es de esos que requieren de mucha improvisación, no demasiado decorado y una luz tenue sin cierre de telón.
Hoy intentamos ser ese personaje venido a menos a los que la obra se le queda grande y sólo puede salir al escenario a ver de cerca los nubarrones que los tiempos nos han dejado. Llueve en el escenario y no, no es un efecto de sonido, nos mojamos de verdad.
Mamá, quiero ser artista. Es la frase que nos falta a todos al nacer. O nuestra propia madre diciéndonos: bienvenido a la obra hijo, ¿qué papel quieres?, en caso de que se pudiera elegir.
El ser humano continúa sumado en su propia ignorancia y no hace nada por salir de ella, prefiere que se lo den todo hecho y que los problemas vengan también con soluciones al final, como los libros de autodefinidos de los domingos por la tarde.
Por suerte hay quien pretende salir de escena con la obra sin acabar y mostrarnos al resto de actores que se puede ver más allá de lo puramente cotidiano. En las alas de ese Birdman hollywoodiense, viven todos los que se salen del guion e intentan aportar algo más a su personaje. Quizás en otra representación o que se yo, en otro escenario ya sin público ni nadie mirando u observando. Viviendo en su particular obra de teatro dentro de sí, la que va por dentro.
Mientras estas personas intentan escapar, el resto seguimos presos de un papel que no deja recibir críticas y cuyo "The end" nunca aparece. Siempre hay una línea cómoda marcada a la que nosotros, humanamente ingenuos, caemos y nos decimos lo bien que nos sienta ese personaje.
Llega diciembre, y al guionista de la representación le apoderan los sentimientos obligatoriamente bonitos, le encantan las luces de colores en el escenario y las es-cenas- buenas llenas de gente. Entre bambalinas ya se oyen voces diciendo: "...cuidado con pisarnos en los tiempos de intervención, hay que cuidar el guion no sea que no se nos vaya a entender..."
Diciembre es el hable ahora o calle para siempre, es el momento quizá de hablar con el director y decirle que a la vuelta de enero la obra pierde un buen actor. Que lo dejamos, que se busquen a otro. Seguro que habrá miles de personas buscando un buen guion, cerrado y sin complicaciones para que la cabeza no se vuelva demasiado loca con eso del pensar.
Diciembre es el andén de las historias muertas donde no hay opción de cambio de sentido. Donde el rezagado quiere ponerse en cabeza con todo lo que tenía por hacer en 365 días y donde el que creía llevar todo al día, se da cuenta que se dejó lo más importante olvidado en la primavera, en aquel abril que nos parecía carente de sentido.
En este mes es fácil pensar en volver a donde fuimos felices, pero si seguimos al poeta, no es una buena recomendación. Diciembre apunta a un "entradas agotadas" para vernos a todos acabar el año más duro de nuestra vida, o al menos el más diferente.
El guionista se tomó unos días de vacaciones. Aprovecha, ahí lo tienes, corre. Cambia lo que quieras, y lo que no déjalo. Pero hazlo por una buena razón y sobre todo si te quedas, que no sea por comodidad. Porque las buenas historias, no las más grandes ni épicas, siempre se escribieron desde un rugoso papel, con tachones de tinta y esquinas rotas de anidar en los bolsillos de un dueño descuidado de sí e interesado por todo lo demás.
ESC. FINAL / INT. CASA. INVIERNO. LUZ TENUE.
(No hay texto ni acotaciones, improvisa)
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