Recuerdo de un sólo de saxofón
En el mundo hay muchos sonidos. Agudos, graves, raros, algunos más bonitos... Agradables, un poco molestos, que se te meten por dentro y te taladran el tímpano... Sonidos que te gusta escuchar a menudo o sonidos que jamás querrías volver a oír.
Si te gusta la música conocerás muchos sonidos diferentes y podrías identificar seguro a tu artista preferido con solo escuchar unos segundos. Vamos... lo que hacen en algún programa de tarde en la televisión.
Escuchar siempre le hace a uno entender mejor las cosas y ya si tal, luego uno decide si responder o no a algo. Escuchar reordena las ideas del cuarto de adolescente desordenado que es nuestra cabeza. Escuchar te traslada a veces a otros lugares alejados de las dimensiones espacio temporales que conocemos, de las pocas.
Hace unos años escuche un sonido producido por el contacto de un labio sobre un trozo de madera fino que no sé muy bien por qué razón convertía a uno en una de esas personas que pegaban el oído a la radio en busca de algo con lo que entretenerse. Un sonido mágico que como cual rata de Hamelin, te hacía ir hacia él en busca de su origen.
En ese camino de llegar hasta aquello muchas eran las cosas que se te venían a la cabeza. A veces creo que para explicar cosas vale con tener algo de música de fondo, una banda sonora que te ayude a expresar cosas ancladas en lo más profundo de las antípodas del cerebro donde se acumulan todos aquellos recuerdos que tienen la etiqueta de 'archivar por si fuera necesario volver a recordar'.
En este caso la banda sonora para rescatar uno de esos archivos empolvados suena con solo de saxofón. Con arpegios de fiesta y con el sonido rasgado de años y años de música a su espalda. Suena bien. Suena a un solo en un pasodoble, a virtuosismo improvisado pero que clavaba las notas como si llevaran toda la vida escritas.
Recuerdo el sonido de noches de euforia y música, de sonrisas sobre un camión con focos móviles que dibujaban sobre el suelo la imagen del sonido, porque el sonido también se puede ver.
Recuerdo un abrazo antes de comenzar una actuación y un guiño de ojo después de que una nota no fuera la que tenía que ser. La música es ese arte que se siente con todos los sentidos, se ve, se oye, se toca, se saborea y se huele.
Por eso nos gusta tanto. Porque nos lleva a un momento concreto donde vimos algo que jamás olvidamos o porque quizás tocamos algo cuyo tacto siempre recordaremos.
Él era experto en eso, en hacer que durante 4 horas todo el que escuchaba aquel sonido desapareciera de la vida y de sus problemas y durante unos minutos, durante una noche, ser el protagonista de su ahí y ahora.
Persona que pensaba y hablaba con un saxofón y que no le importaban muchas más cosas que levantarse cada día y tener algún tema que tocar, probar o volver a versionar.
Era un poro por donde respiraba el arte de la música y que te hacía pensar porque el mundo cada día necesita más ritmo y más baile y algo menos de rutina y de sobreesfuerzo mental.
Recuerdo sonidos también de viajes de ida y vuelta, y de momentos encerrados en el estuche de un instrumento o o en las brisas de aire de la plaza de un pequeño pueblo.
Por desgracia como muchos de los temas musicales acaban con un 'chimpum' que no te esperas. Con una cadencia tan simple que en cuestión de segundos te vuelve a dejar en la realidad que vivías. Qué pena que la música a veces se acabe. Qué bendito privilegio poder seguir, tras los años, pensando a algunos buenos amigos recordando su sonido. Recordando su música.
1 Comments
Así era Andrés, no hay día que no lo eche de menos.
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