20% de batería | Conecte fuente de alimentación
Sobre trenes, andenes, estaciones y ferrocarriles, de vapor y eléctricos, se han escrito millones de cosas. Es un recurso muy usado sobre todo para las despedidas en el cine y para esas escenas que dan fuerza al clímax de una película. Yo también lo voy a usar.
Un buen relato de un principio puede empezar esperando a un tren en un andén. Levantas la mirada y ante ti tienes toda una enciclopedia viviente de formas de actuar. Hay gente que espera sentada, otra de pie muy cerca de la vía. Hay quien escucha música y quien mira hacia el suelo.
Puedes escuchar a alguien dando los buenos días por teléfono. A dos personas de la mano, a desconocidos mirándose fijamente como si se conocieran de algo. También a alguien con mala cara por una mala noche o simplemente por un mal despertar.
Llega el tren y cada uno con su forma espera que se abra una puerta. Hay quien siempre tiene pensado por donde entrar, más adelante, más en la zona trasera... o igual por la mitad que me va bien para luego hacer un trasbordo.
Todas esas historias entran antes de que suene un pitido y comienza el día a cocinarse a fuego lento, o bueno, en una ciudad más bien a golpe de unos minutos en un microondas, que, si no, no llegamos.
Me toca el vagón cuatro. Hay un chico con un perro pequeño que no se mueve, sólo mira. Justo a su lado otro chico observa unos papeles con letra Times New Roman y con un tamaño muy pequeño. Era un poco agobiante.
A mi derecha en otros papeles se aprecia la foto de una joven y parte de su experiencia profesional. Lleva unas diez copias, estará buscando trabajo y puede que use ese tren varias veces en el día.
En la siguiente parada un hombre mayor con síntomas de enfado no espera a que se le abra la puerta y se cabrea. ¿Habrá hecho siempre lo mismo o es que ya sabe cómo va el tema de las puertas? Termina entrando y le dejan un sitio entre dos hombres de pantalón gris y botas negras de seguridad.
Hay muchos clásicos por supuesto. Hay gente leyendo el periódico en papel, otros en el teléfono. Y por supuesto hay gente jugando a juegos. Una buena forma de empezar el día, probando suerte en una aplicación de algo más de 12 megas de memoria.
Auriculares, cascos... veo por todas partes cascos. Negros, blancos, azules, con cable, sin cable. Gordos como donuts y más pequeños que una alubia. Me imagino que dentro habrá de todo: rock, pop, si te descuidas alguien empezará el día con un poco de heavy y habrá quien lo haga con una balada. Igual hasta alguien está escuchando la radio en directo.
A los míos los queda un 20 por ciento de batería y aún faltan cinco paradas para bajarme. No tengo ninguna licencia de plataformas y YouTube me parte mi canción del día con un anuncio de comida a domicilio. La música incidental que eligió el publicitario es buena, no lo discuto, pero me gustaba más el arreglo de vientos de la canción que estaba escuchando.
Una parada más y entra una pareja haciendo bromas sobre lo mierda que es su trabajo. Otro hombre que vestía con un polo en el que se podía leer 'Arzam Desatascos' les mira desde el asiento con cara de: "si yo te contara..."
Se me apagaron los cascos. Tengo que aguantar dos paradas más con la playlist de traqueteo de vía, voz en off adelantando próximas estaciones y conversaciones cruzadas que van de principio al final del vagón.
A unos metros de mí hay una pareja de dos jóvenes abrazados. Se miran y sin hablar se despiden. Quizás lo hagan muy a menudo o quizás no necesiten muchas palabras para decirse las cosas. En ese lugar un tanto inseguro que es la unión de los vagones hay otra pareja. Intuyo que de una media de edad de unos 73 años. Uno sujeta al otro de los continuos golpes y del vaivén del viaje en metro.
Queda una parada y escucho pasos a mucha velocidad en el andén que aún tiene marcas rojas para distanciarnos por seguridad. Intenta entrar al tren antes de que la mecánica del día le cierre las puertas. No llega. Vaya... eso si que es empezar mal el día. O bien. Quien sabe que puede haber en el tren que venga cinco minutos más tarde.
Última parada. Reviso mis bolsillos, y está todo en orden. Levanto la mirada y veo que no quedan muchas de las personas que he descrito antes. Después de un par de empujones logro salir al andén y me paro a mirar enfrente. Me vuelvo a ver a mi mismo diez horas después pegado a un ordenador, escribiendo esto y claro... sin batería en los cascos. Un viernes escribiendo allí, donde me suelo sentar yo.
0 Comments