Las faltas de ortografía

by - diciembre 31, 2022


No he sido nunca de mucha lectura. Igual por eso continúo cometiendo faltas de ortografía. He ido mejorando, antes era mucho peor. Anda que no me quitaron puntos por escribir b cuando era v, por poner h cuando no había que hacerlo. Ahora está mucho mejor. Lo prometo. 

Ahora tengo tratamiento a base de lectura diaria, autores de mucha prosa y hasta en ocasiones cansinos, pero de los que se aprende bastante. Hasta a eso, a escribir.

Desde la terraza de la casa de mis tíos en Madrid se veía perfectamente las torres de la ciudad. Todos aquellos edificios que según viajas por la carretera te sitúan en el mapa. Las cuatro torres que están ahora en la antigua ciudad deportiva del Madrid, las Kio, la torre Europa, la Picasso... hasta una de colorines que con el tiempo he podido ver que está por la zona de Avenida de América. 

De esas torres hasta la terraza de aquel piso de Moratalaz había unos cuantos kilómetros, pero en la cabeza de un chiquillo no era tanto. Recuerdo dibujar en papel esos edificios e imaginarme como eran por dentro. Mis tíos en alguna ocasión comentaron que de mayor sería arquitecto o delineante. Casi aciertan.

Entre todas esas torres había una que era la más delgada de todas y casi la más alta. El Pirulí. La primera vez que escuché su nombre, rápidamente lo asocié con esos Chupa Chups de caramelo que parecían paraguas cerrados recubiertos de galleta. Desde entonces siempre que miro a lo alto de ese edificio me entran ganas de comerme uno. 

También pintaba El Pirulí. Mis tíos me explicaron que allí estaba la televisión y que esa construcción servía para que la señal llegara a toda España. Igual desde que comencé a pintar con algo más de seis años aquel edificio, quise llegar a tocarlo de cerca.

El tiempo me permitió entrar en ese lugar con los años. La primera vez que lo hice tenía la misma ilusión que de niño. Anda que no habían pasado cosas hasta entonces. Había llovido de narices... pero el entusiasmo ahí seguía.

Hace unos días fui a recoger un paquete a Leganés y paré a comer en un bar porque se me hizo un poco tarde. Vi un par de veces el cartel del menú y la verdad que me atrajo bastante. Decidí entrar y sentarme en una de sus mesas. Eran como las dos de la tarde y para comer había cuatro o cinco comensales.

Giré un poco la cabeza y vi a dos niños que parecían hermanos comiendo albóndigas junto a un señor que vestía de oscuro. Ese mismo señor me dijo que qué iba a tomar y le dije lo que quería comer. Era el dueño del local.

El caballero dejó a uno de los niños que tenía cogido porque no se quería acabar lo que quedaba en el plato y me dijo el menú. Acto seguido este hombre gritó en voz alta: "Vasili, atiende a este caballero que tengo que acabar de dar la comida a Daniel."

Vasili era otro camarero y llevaba poco tiempo trabajando allí. No controlaba demasiado de español y me lo dejó claro desde el principio. Logramos entendernos bien y puso sobre la mesa justo lo que habíamos acordado.

En el postre le pregunté sobre su vida y me dijo que era ucraniano y que no llevaba demasiado tiempo en Madrid. Le dije que la comida estaba muy rica y él me lo agradeció. En su sonrisa se podía ver la satisfacción de haber cumplido con su trabajo. 

Me preguntó que si quería algo de postre y le dije que si tenía algo de fruta. En ese momento, por la televisión estaban emitiendo un reportaje sobre los diez meses de guerra en Ucrania. Vasili, con el sonido de la cafetera de fondo, echó un par de miradas al televisor y después preguntó en la cocina qué había de fruta.

Al día siguiente, me esperaba un concierto de un grupo de música del que había escuchado alguna canción. Durante la última semana bastantes, aunque no pude memorizar todas las letras. Estaba nervioso antes de entrar, un poco más que cuando vi de cerca El Pirulí por primera vez. Al final todo fue muy bien.

Delito tiene, porque no se puede decir de otra manera, que el mejor momento del concierto para mí, fueran algo más de 48 segundos en los que el cantante del grupo se puso a cantar un tema de otra banda que había anunciado su retirada unas semanas antes. Vaya segundos... eso sí, me sabía toda la canción.

No era aquel tema, ni los acordes al piano, ni tener la letra trillada... era otra cosa que con los tiempos que corren no se puede decir muy alto. Como en todos mis textos no diré de qué estoy hablando. Casi tres horas de concierto y me quedo con aquellos poco más de cuarenta segundos.

El resumen de mi año se puede explicar en esos dos últimos días del año. Por haber entrado en aquel edificio, por haber visto tantas historias de cerca que antes veía de perfil y por haber confiado una vez más en la música. También por haber sido el año en el que menos faltas de ortografía he cometido nunca. Desde que estoy vivo quiero decir. 

El último atraco del año sucedió saliendo al recoger el coche del parking del Pirulí. Hice una última visita en la planta seis y girando la cabeza, haciendo un poco de esfuerzo, llegué a ver la terraza del 155 de la Avenida de Moratalaz. Allí, desde donde con la mirada de niño veía de lejos aquella torre alta y delgada.

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