¿Donde están las historias que merecen ser contadas?
Me alegro de verle de nuevo por aquí. Esta vez no con tan buenas noticias, pero de nuevo, un servidor, viene con las pilas cargadas para reflexionar un poco sobre la cultura y la sociedad.
Seré directo, voy hablar de cine. Del período que vive este bendito arte y hacia donde creo que camina la industria del séptimo arte, como digo: una industria.
Antes de nada, le diré que no soy un incondicional cinéfilo. Tampoco acudo veloz a al lanzamiento de una nueva película, ni tengo grandes realizadores favoritos. Lo que sí que sé es que en estos momentos el cine, como arma de un director o de un guionista, está en una constante devaluación narrativa.
Quiero retroceder unos años y volver aquellos felices años 20 en los que La Escuela de Frankfurt nos trajo un sinfín de reflexiones y de conocimientos sustentados en críticas refutaciones de reconocidos expertos e intelectuales. Y te preguntarás ¿y qué pinta esto aquí? Pues lo cierto es que pinta, y mucho.
Concretamente, de esta popular unión de personalidades, surgió la Teoría Crítica, representada principalmente por autores como Max Horkheimer o Theodor Adorno. Esta teoría, entre otras reflexiones, planteaba la llegada de la industria cultural y la posicionaba como una industria más, en las que las creaciones en cadena estaban al servicio de una mera producción mercantil. Además, esta teoría planteó la necesidad de desarrollar una actividad asidua mercantilmente, para una sociedad de masas sometida al poder del capital.
En este sistema comercial de producción cultural se establecía un orden en cuanto a las creaciones culturales, lo que llevaba a una estandarización de los productos en la que, a través de la manipulación del consumidor, creaban en estos unas necesidades estandarizadas. “Toda la praxis de la industria cultural, aplica decididamente la motivación del beneficio a los productos autónomos del espíritu.” (Adorno, 1967).
Esta mención a la Escuela de Frankfurt y a la Teoría Crítica es simplemente para corroborar lo visionarios que fueron los intelectuales, ya que su premonición es perfectamente extrapolable a la realidad cultural que vivimos en la actualidad: una industria cultural que genera un consumo social y mercantil, en la que, usando términos de Jamen Baudillard, desaparece por completo la obra de arte como valor de uso. Se realizan obras y creaciones que carecen de sentimiento, carecen de valor real.
En este contexto, quiero hacer referencia también al filósofo alemán Walter Benjamin y a su concepto de "aura de una obra". En este, reconocemos cuál es la falta y la carencia de las creaciones culturales en el capitalismo: la esencia en la creación. Tal y como él apuntó: “El aura, está atada a su aquí y ahora y cada obra de arte tiene su unicidad, su aura".
Volcando todos estos conceptos al mundo del cine y a la actualidad de la industria, no puede encajar mejor la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt en la producción cinematográfica actual. Una producción reducida durante tantos y tantos años a meros subproductos culturales al servicio de un sistema que crea estándares de gustos y de reclamos. Tendencia cada vez se eleva a un exponente superior.
Podemos poner un ejemplo con el oscarizado y reclamado film Parásitos (2019), la primera producción no americana que se alza con el Oscar a mejor película. Claro, producción coreana sujeta a un mercado en el que Hollywood ha encontrado un buen nicho de negocio. Lo llevaba vendiendo muy bien Corea durante años, y al final triunfaron.
Pero no sólo ha pasado con la creación de Bong Joon-ho, que a mi juicio su cine en particular tiene gran calidad, como decía, llevamos muchos años arrastrando esta tendencia y solo hace falta mirar las producciones ganadoras de las principales estatuillas en las dos últimas décadas. Por no hablar de esta nueva corriente de grandes y reconocidos directores y guionistas fichados por las multinacionales del audiovisual como Netflix o Amazon Prime Video para hacer series al servicio de terceros.
Por eso, hace ya tiempo que pienso que el verdadero cine de autor ha quedado en un segundo plano y las producciones audiovisuales en el séptimo arte son meras representaciones de lo que en publicidad se conoce con el nombre de prosumer: crear el contenido que la gente demanda. Una técnica sencilla, no hay que estrujar mucho la cabeza para un guionista. Qué pena que se deje de escribir con el corazón.
Y no con esto quiero criminalizar a los directores de cine, y al entramado creativo y narrativo que está detrás de las superproducciones modernas, faltaría más. Son personas con una validez única, una mente privilegiada y una visión perfecta sobre cómo hacer transmitir sensaciones e ideas. Simplemente quiero mostrar una faceta del cine profesional de gran envergadura económica, que considero, devalúa la esencia de una creación artística fílmica. Deja de lado historias que merecen la pena ser contadas en las que se muestran una auténtica necesidad por parte del autor de exponer un retazo de vida digno de enseñar.
Debajo de este párrafo se sitúa la entrevista que tuve la oportunidad de hacer a Manuel Canga Sosa, Doctor en Ciencias de la Información y Ciencias de la Imagen y profesor de publicidad en la Universidad de Valladolid. Una entrevista en la que además de comentar la importante necesidad de unión entre universidad y cine, Canga, indicó los dos tipos de cine que para él existen actualmente: los meros subproductos culturales al servicio de la economía y el pequeño grupo que demandan algo más en un film y no se conforman con lo primero que les llega.
2 Comments
Gran reflexión, Raúl. En una época dorada de la cantidad de productos audiovisuales, no es oro ni tiene corazón todo lo que reluce (relufa, que diría Gila)
ResponderEliminarGracias José, desde luego falta mucho corazón a la hora de dar al REC.
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