Un par de velas perennes
Uno de los sueños que le contaba a mi psicoanalista, era uno bastante común que ocurría en la misma casa siempre, con los mismos personajes y que siempre acababa igual. Me preguntaba por qué siempre el mismo sueño, y por qué de la misma manera.
El sol entraba por las rendijas de las ventanas de una casa llena de cristales por todas partes. Por un lado, venía una señora mayor y gritaba si estaba todo listo para cenar. Una mujer más joven decía que estaba todo listo, que sólo faltaba poner la mesa para trece personas. Entonces giraba la cabeza y había un hombre colocando varias mesas seguidas, porque de tantos como esperaban a cenar, no se entraba en una sola mesa.
Después iban llegando los invitados a esa cena, venían de cuatro en cuatro. Pero siempre faltaba uno. Había una persona que nunca cruzaba por esa puerta de madera barnizada. Llamaba al timbre y cuando yo iba a abrir no había nadie. El sol entonces me cegaba y perdía por completo la visión. Me daba la vuelta y en aquella casa ya no quedaba ningún cristal en las ventanas. Corría mucho aire. Ya no había ninguna de las personas que habían ido entrando. Pero seguían las mesas. Y encima de ellas, había una tarta con dos velas encendidas.
En este momento, mi cuerpo, todas las veces que soñaba aquello, decidía despertarse en lugar de investigar que pasaba ahí dentro. Siempre me pregunté qué quería decir aquello. Se trataba de una celebración familiar seguro. Posiblemente de un cumpleaños. Pero aquella tarta, sueño tras sueño, no se derretía. Siempre estaba ahí. Y las velas nunca se apagaban.
¿Quién sería aquella persona que llamaba al timbre y se iba? ¿Sería para ella la tarta de la mesa? ¿Por qué parecía tenerlo todo y en cuestión de segundos, ya no había nada?
Siempre me pareció muy interesante encontrar significado a los sueños, porque son muy reveladores de todo aquello que creemos que no nos afecta y en el fondo si lo ha hecho. Son el test perfecto contra valientes.
Hace ya mucho tiempo que el sueño no ha vuelto a reproducirse mientras dormía. Me da mucha angustia pensar ahora que no quede ni siquiera esa tarta con dos velas. Me gustaría pensar que ha habido alguien que no se quedó sin esa fiesta de cumpleaños, sin soplar esas velas.
Desde hace un tiempo, gracias a mi compañera de vida, vivo los cumpleaños de otra manera. Nunca celebraba el sumar 365 días más de experiencia, como ahora. Entiendo la importancia de soplar las velas, en una tarta o donde sea, pero de soplarlas, al fin y al cabo.
Dura apenas segundos, un instante. El fuego lo abrasa todo, incluso el sueño que entra gratis en el pack básico de cumpleaños. No tarda nada en apagarse. Los hay muy hábiles que dicen: "venga otra vez, pero ahora cantamos en inglés." Pero el fuego, ya no es el mismo de antes y también volverá a apagarse.
No sé por qué, en aquel sueño las velas nunca se apagaban. Siempre alguien llamaba a la puerta y se iba. Siempre sonaba ese timbre, pero por algo que se me escapa, nunca alcanzaba a saber quién era y nunca, nunca entraba.
¿Sería esa persona quien tenía que soplar aquellas velas? Eso explicaría por qué siempre estaban encendidas. Si fuera así, entonces tendría sentido que su tarta siempre esperara, sueño tras sueño y la mecha de las velas no se gastara. Igual, aquella persona no podría entrar, sólo podía llamar. Igual las velas, sólo eran el ejemplo de que siempre queda algo por celebrar. Siempre queda una última vez. Pero en ese sueño, ya no se podía pedir aquel deseo y que el fuego lo fundiera con su indiferencia. Ya no.
0 Comments